Todas hemos estado ahí. Miras el móvil, lo dejas boca abajo, lo coges otra vez. Abres Instagram, cierras Instagram. Escribes un mensaje que no envías y te convences de que no pasa nada. Pero en el fondo de tu mente, una pregunta insiste como un niño en plena rabieta: ¿Por qué no escribe?
Nos decimos que no nos importa, que tenemos cosas mejores que hacer. Pero, siendo sinceras, no hay notificación que provoque un subidón de dopamina como la suya. Nos convencemos de que hay una razón lógica: está ocupado, se ha quedado sin batería, lo han secuestrado unos extraterrestres y justo en ese momento no tenía cobertura. Pero la verdad es más sencilla y más dolorosa: si quisiera escribirte, lo haría.
Esperar es un acto de fe (mal colocado)
Lo curioso es que, en esta era donde la comunicación es instantánea, seguimos atrapadas en dinámicas del siglo pasado. Como si esperar a que alguien nos responda fuera un test de resistencia emocional, una especie de prueba donde demostrar cuánto autocontrol tenemos. Y, sobre todo, cuánto valemos. Porque admitámoslo: cuando alguien no responde, no duele el silencio, duele lo que creemos que significa.
En nuestra cabeza, el mensaje que nunca llega se convierte en un reflejo de nuestra importancia. Nos preguntamos si hemos hecho algo mal, si hemos sido demasiado intensas, si hemos interpretado señales donde no las había. Y así, sin darnos cuenta, nos reducimos a una sola pregunta: ¿por qué no le intereso lo suficiente?.
La mentira que nos contamos
Nos han enseñado a buscar excusas por los demás: Seguro que está ocupado, No le gusta hablar por el móvil, Es que es un chico despistado. Nos volvemos estrategas emocionales, buscando razones para justificar lo injustificable. Pero la realidad es que el que quiere, busca la manera. No hay mensajes que se pierdan en el limbo, no hay olvidos repentinos de alguien que realmente quiere hablar contigo.
Y sí, sé lo que estás pensando: pero a veces las personas están ocupadas de verdad. Claro. Pero la diferencia entre alguien que de verdad quiere estar en tu vida y alguien que no es que el primero encuentra la forma de demostrártelo. Un mensaje rápido, una reacción a una historia, un estoy hasta arriba pero hablamos luego. La gente que realmente quiere, se nota.
Entonces, ¿qué hacemos?
La respuesta más obvia sería pasar del tema y seguir con tu vida. Pero si fuera tan fácil, no estaríamos aquí. Así que en vez de decirte que ignores el móvil (cuando sabemos que lo seguirás mirando), te propongo un cambio de enfoque:
Reformula el silencio. No es un rechazo, es una respuesta clara. Deja de verlo como una incógnita y empieza a verlo como lo que es: información valiosa de que quizá eso no valga la pena.
Cambia la narrativa. No es no le intereso lo suficiente, es no quiero a alguien que me haga sentir así.
Haz la prueba del espejo. Si fueras tú la que siente un interés genuino por alguien, ¿te comportarías así? Probablemente no. Entonces, ¿por qué aceptar menos de lo que tú darías?
La señal que sí llega
Así que la próxima vez que te sorprendas mirando el móvil, preguntándote si el universo está conspirando en tu contra, recuerda esto: el mensaje que nunca llega no es un misterio por resolver, es una señal. Y lo único que te toca hacer es leerla bien, soltar el móvil… y escribirte a ti misma la historia que realmente quieres vivir.
En mis 20s x
Mal que mal, el silencio tambien es una respuesta. Quizas no la que esperamos pero lo que algunas personas , queriendo o no, eligen para dejar claras sus intenciones.
muy buen artículo!! gracias por decirnos lo que necesitábamos ver💋