Ya no soy la graciosa del grupo
Fui la graciosa del grupo... hasta que dejó de hacerme gracia.
Siempre he sido la graciosa del grupo.
La que sabía cuándo meter el chiste perfecto, narrar una historia para que todos acabaran llorando de risa (incluso si por dentro estaba hecha polvo) y la que sabía sacar una carcajada de cualquier situación, por absurda o dolorosa que fuera. En los grupos, en las cenas, en clase... mi papel era ese: entretener.
No lo decidí. Se me dio bien. Y lo convertí en mi personalidad.
Con los años me di cuenta de que no era solo humor. Era supervivencia.
Porque cuando era adolescente, no me sentía especialmente guapa, ni interesante, ni brillante. Pero sí divertida. Y en algún rincón de mi cabeza, asumí que eso tenía que bastar. Que si conseguía caer bien por lo graciosa, ya no importaría si no me quería mucho.
Convertí el humor en un salvavidas y, a veces, hasta en un disfraz. Me refugié en las bromas para no tener que hablar de lo que de verdad me dolía. Porque mientras los demás reían, yo no tenía que explicar por qué me sentía tan pequeña por dentro. Porque si los demás estaban bien, entonces yo también, ¿no?
Ser divertida se convirtió en mi forma de conectar.
En mi forma de valer.
★ Últimamente, ya no me sale igual
No sabría decir cuándo empecé a sentirlo. Quizá cuando me di cuenta de que había días en los que no tenía ganas de contar nada. O de que estaba tan agotada emocionalmente que prefería callar antes que volver a ponerme en modo show.
Y empecé a preguntarme: si ya no soy la graciosa del grupo… ¿qué soy?
Durante un tiempo sentí culpa. Me sentía más apagada, menos interesante. Como si, al quitarme ese rol, perdiera parte de lo que hacía que la gente quisiera estar cerca. Pero lo cierto es que no estaba perdiendo nada. Solo estaba dejando de fingir.
Hay un momento, cuando empiezas a conocerte de verdad, en el que el ruido deja de hacerte gracia. Y lo que antes contabas como si fuera una anécdota más, ahora pesa. Ahora duele. Ahora no quieres convertirlo en material cómico para los demás.
Y entonces llega el silencio. Ese en el que no haces reír tanto, pero respiras tranquila. Ese en el que no estás intentando ser la versión más brillante de ti. Solo tú.
★ No he dejado de ser divertida, solo he dejado de usarlo como escudo
Sigo teniendo sentido del humor. Pero ya no lo uso para esconder lo que me pasa. Ya no me obligo a hacer reír cuando estoy triste. Y sobre todo, ya no siento que tenga que entretener para merecer cariño.
Porque hay una parte de mí que creció creyendo que si no gustaba, no valía. Que si no mantenía el ambiente arriba, nadie se quedaría. Y ahora entiendo que el amor (el de verdad) no se da por lo que haces, sino por quién eres. Incluso en silencio. Incluso seria. Incluso cansada.
★ Dejar de interpretar un papel
No es fácil dejar de ser la graciosa del grupo cuando ese papel te ha salvado mil veces. Cuando ha sido tu forma de pertenecer. De conectar. De protegerte.
Pero hay algo muy valiente en reconocer que ya no puedes, o mejor dicho, no quieres, seguir actuando. Porque estás aprendiendo a escuchar tus pausas. A no tener que destacar constantemente para sentirte válida. A ser más que el chiste perfecto en el momento perfecto.
Hoy ya no soy la graciosa del grupo. Y aunque a veces lo echo de menos… también celebro haberme encontrado fuera del escenario.
Ya no necesito sacar una carcajada para sentir que encajo. Me basta con saber que, aunque hable menos, me escuchan igual. Que aunque no tenga un monólogo preparado, sigo siendo suficiente.
Y, quién sabe, igual vuelvo a contar historias que hagan reír. Pero esta vez, solo si también me hacen bien a mí.
Me encanta este blog demasiado, es súper relatable de verdad encapsula lo que se siente estar en tus 20s y el comenzar a crecer y dejar cosas atrás ayy
no dejes de escribir <3